Pepín Uripe es el menor de los Uripe de toda la vida, grandes sevillistas y mayores tacaños. Agarraos, avaros, cicateros, rastreros, rácanos, codiciosos, ruines y roñas hasta la cutrez. Se lavan poco por no gastar en jabón. Se visten mal por ahorrar en ropas. Apenas salen y viven todos hacinados en la misma casa porque de esa forma se guardan el dinero que costaría hacerlo cada uno en un lugar diferente. La fortuna que tienen amasada es de consideración, pero son tan miserables que prefieren rodearse de mugre y seguir viendo crecer la cuenta corriente.
Pepín fue ayer a la peña sevillista de su pueblo a tomarse una cerveza. Por supuesto, no invirtió ni un céntimo de euro en tal menester. Su hermano Juanín trabaja allí de camarero y cuando el jefe no le ve, invita a los de su familia a lo que quieran para que así puedan tomarlo por la gorra. Muchas veces salen de allí almorzados, eso que se ahorran al no tener que consumir nada de lo que haya en el viejo frigorífico que tienen en su casa.
Como cualquiera podría intuir, Pepín se tomó la birra solo, ya que prácticamente nadie quiere saber nada de ninguno de los miembros de la familia Uripe. Caen soberanamente mal a sus convecinos por su modo de vida tan mezquino. Sin embargo, eso no fue óbice para que Pepín, desde su soledad junto a la barra, escuchara la conversación que mantenían otros dos sevillistas sentados a una de las mesas de la peña.
- ¡Qué impresentables! - Se quejaba uno de ellos - ¡Otra vez han hecho lo mismo!
- Tienes que entender que sólo pretenden llenar el estadio para el partido del sábado - Justificaba su compañero de tertulia.
- Pero entonces, ¿para qué me saco el carnet en verano? Si ahora resulta que cualquiera que no sea socio puede comprar una entrada por 10 euros.
"¿Comprar una entrada por 10 euros?" - Pensó Pepín, desenganchándose de la conversación de los otros dos - "¿Puedo ver el Sevilla - Atlético de Madrid por 10 euros?"
Los ojos de Pepín casi se salen de sus órbitas al pensarlo. Él no era socio, por supuesto, ¿cómo gastarse ese dineral para ver partidos de fútbol cuando podía hacerlo gratis en la peña, aliñándolos además con las cervecitas y las tapitas que gratuitamente le surtía su hermano? Pero Pepín es, seguramente, el menos roñoso de la familia, y por 10 euros sí que se planteaba la posibilidad de acudir al estadio.
De ese modo, al día siguiente, (esta mañana, por tanto), se presentó en las taquillas del Sánchez Pizjuán a las diez en punto, hora de su apertura, para hacerse con una de esas entradas. Llevaba en el bolsillo una bolsita de plástico anudada por las asas. Y en su interior, los diez euros en monedas de cinco, diez y veinte céntimos que tan afanosamente reunió y contó la noche anterior. Como digo, Pepín es el menos roñoso de su familia, y en un lugar oculto de la habitación que comparte con dos de sus hermanos, esconde una hucha en la que va metiendo monedillas que va acaparando por ahí. Algunas las encuentra en la calle, otras las birla de las propinas que dejan los clientes en la peña, o incluso, cuando su padre le encarga que compre algo, se queda con una pequeña parte del cambio. Lo justo para que aquel no se de cuenta de la sisa. Así, con ese pequeño capital que va ahorrando, tiene para algún que otro gastillo que le seria terminantemente prohibido por su familia si alguno de sus miembros se enterase del mismo. Como, por ejemplo, ir a ver un partido al campo por diez euros.
Era el primero de la cola, lo cual no era de extrañar, ya que llevaba allí desde las ocho de la mañana. No fuera que se gastasen todas las entradas baratas y se quedase sin posibilidad de hacerse con una. La espera fue tediosa, no había nada que hacer más que aguantar allí, plantado de pie y combatiendo el frío debajo de su vetusto abrigo y su sucia bufanda. Después, al mediodía, haría calor, pero a esas horas de la mañana la temperatura aún era demasiado baja, sobre todo para estar quieto y parado en plena calle. Por eso, agradeció al cielo cuando la ventanuca se abrió y alguien desde el otro lado le dio los buenos días.
- Deme una entrada para el partido del sábado - Le pidió Pepín a aquel señor - De las más baratas.
- Sólo quedan en la tribuna baja de Gol Norte
- Da igual, no me importa - Le dijo Pepín.
Entonces, el de la ventanilla se movió con pereza para alcanzar un taco de entradas que guardaba sobre la mesa, a su derecha, y lentamente y con parsimonia arrancó una de ellas y se la alargó a Pepín.
- Son 40 euros - Le dijo, ante lo que a nuestro cutre personaje casi le da un ictus - IVA incluido, aclaró el ventanillero al ver el gesto de descomposición de aquel hombre.
- Le he pedido una entrada, no cuatro - Aclaró Pepín, una vez se recuperó del susto.
- Pues eso, una entrada, la más barata de las que quedan, en Gol Norte tribuna baja, cuarenta euros.
- Pero si me han dicho que para este partido cuestan diez.
- Lo que usted habrá oido es que los socios pueden retirar dos entradas cada uno a diez euros.
- Eso, diez euros, yo quiero una de esas.
- Enséñeme el carnet, entonces.
- Yo no tengo carnet, no soy socio.
- Pues entonces, son cuarenta euros, como le dije antes.
- Lo que no entiendo es por qué se quejaba quien me dijo lo de los diez euros.
- ¿De qué se quejaba?
- Pues de que cualquiera que no fuera socio podía ir al campo por ese precio.
- Cualquiera que no sea socio, no.
- ¿Ah, no? ¿Entonces?
- Sólo los socios pueden comprar esas entradas a 10 euros. Y luego dárselas a quien les venga en gana.
- ¿Y si no las compran los socios?
- Pues, o se quedan vacíos los asientos, o se venden por 40 euros.
- De verdad que no entiendo por qué se quejaba aquel hombre.
- ¿Sabe lo que le recomiendo? Preguntó al fin el de la ventanilla, un poco harto ya de la testarudez de la persona de al otro lado.
- ¿Qué?
- Pues que le pregunte a ese que se quejaba tanto. Igual él se lo puede aclarar.
Pues eso. Que a ver si le aclaran el motivo de tanta queja, que Pepín no lo entiende en absoluto.